Que haya poemas figurados colgados de las paredes como si fueran grafitis urbanos coloreando la ciudad.
Que la música sea sonido estéreo y que una banda de fondo interprete mis palabras tal como me pasan por adentro.
Que no cambie el semáforo antes de que termine el pensamiento que me lleva a tus ojos.
Que los planetas hagan de cadete y les lleven a mis sobrinos besos de buenos días y buenas noches.
Que los placeres terrenales tengan que ver con tocarnos como si fuéramos masa de harina, y que cuando salgamos calientes para crujir, nuestros sentidos canten a coro.
Que no falten ni papel ni lápiz a la fiesta del garabateo y que las palabras bailanteras hagan la coreografía de las historias anidadas en nuestro ser.
Que haya baldes rojos de chupetines en cada esquina para que no olvidemos que ser dulce está cerca.
Que nuestras manos nos guíen por buen camino y que vengan con un detector que nos alerte los peligros antes de tocar.
Que la lluvia aparezca cuando en el hogar arden leños de quebracho y la manta tejida de mi abuela está conmigo.
Que la cena sea el momento culinario por excelencia y que no me vengan con esa patraña de que hay que comer liviano para tener sueños livianos porque prefiero arriesgarme para ver como serán esos sueños.
Que en cualquier bodegón me encuentre una copa de vino rodeada de amigos
Y una cosa más: que la vejez sea una cava sin llave.
Buenos Aires, Octubre 2010